La estructura compositiva de este restaurante-bar responde a la necesidad de adaptarse a un conjunto de inusuales peculiaridades espaciales. Por distintos motivos, el proyecto debía ocupar los dos extremos (lobby y penthouse) de una torre destinada principalmente a actividades terciarias, lo cual implicaba la posible fragmentación de sus relaciones funcionales internas.
La solución espacial partió de la idea de establecer una correspondencia funcional entre esta dualidad espacial y la dicotomía programática del restaurante-bar. Las actividades del restaurante se concentraron en el lobby, con la finalidad de potenciar su conectividad y aprovechar su relación comercial con la calle. La composición visual de esta área sigue una estética limpia y transparente que fomenta la continuidad visual entre la cocina y el área de comensales. La claridad y luminosidad de los materiales predominantes (mármol, madera de maple y vidrio esmerilado) se matizó con algunos acentos oscuros de madera de tzalam y con un gran mural longitudinal del artista Manuel Adriá.
Por su parte, el bar se ubicó en el penthouse, con el objetivo de capitalizar las privilegiadas vistas de la ciudad de México y de crear una espectacular y cautivante experiencia perceptual. Para reforzar esta experiencia, se complementó el espacio con un juego de luces dinámico y policromático que acentúa sutilmente la sensualidad orgánica y sinuosa de la cubierta.